domingo, 25 de noviembre de 2018

Los cambistas

      En 1916, la revista Fray Mocho les dedicó un artículo a estos pintorescos y sufridos personajes que, en la tradición tranviaria de Buenos Aires, tenían la responsabilidad de mover las agujas de los desvíos en la zona céntrica, que era la de mayor concentración de líneas y coches. Su oficio agilizaba el tránsito de los tranvías, pues se evitaba que el motorman detuviera el coche para hacer él mismo el cambio.

El viejo Sabino Domingo, cambista del Anglo en Callao y Lavalle _ "Se osté me oviera visao que me sacaba l'oscracho, me punía un poco ma decente, me punía".

      En las compañías tranviarias había muchos inmigrantes, como así también criollos; y los cambistas no eran la excepción. El artículo, firmado por Chassiret, está escrito al estilo de los relatos de José S. Alvarez o Roberto J. Payró, tan en boga en ese tiempo, usando el idioma de la calle; aunque en este caso, no se trata de un relato sino un reportaje a un viejo cambista que nos pinta con crudos colores una porción de realidad del Buenos Aires de entonces:

Antonio, de Chacabuco y Moreno, italiano al igual que Sabino. Detrás, acaba de pasar el acoplado 3325 del Anglo Argentino.

      “Entre los muchos ciudadanos que soportan a pie firme, en la calzada, los fuertes calores que hemos tenido estos días, merecen consignarse en primer lugar los cambistas de las líneas de tranvías. Los pobres, empuñan el fierro centenares de veces al día, pues están colocados en los sitios de mayor tráfico, y bajan de la vereda a hacer el cambio, en pleno sol, echando maldiciones a la canícula y al que inventó el tranvía eléctrico.

Un cambista de origen español en Victoria y Paseo Colón

      No es, en verdad, muy fácil aproximárseles y entablar conversación con uno de ellos, pues siempre están con un humor de todos los diablos, y si uno les mira la cara y después la respetable palanca que utilizan para su oficio, se desconcierta y no sabe cómo empezar.
      Eso nos pasó con uno de ellos a quien quisimos interpelar. Pero, al fin, como quién dice, echamos pecho al agua y le preguntamos:
_ ¿Por aquí pasa el 61?
      El cambista en cuestión, un viejo criollazo, que echaba agua por todos sus poros, contestó:
_ Sí, señor.
      En seguida, extrajo de un bolsillo un pañuelo floreado, se limpió el sudor y añadió:
_ ¡Pucha, la vida ‘el cambista! ¡No se conforman con verlo derritiéndose al rayo ‘el sol, que entuavía tienen que venirle con preguntitas!
      Echamos mano de toda nuestra urbanidad, y dulcificando el tono todo lo posible, le respondimos:
_ No se enoje, viejo; realmente nos da lástima verlo a su edad, sufriendo los rigores de la temperatura. Pero tenga paciencia, en cuanto el presidente termine de visitar las cárceles y los cuarteles, vendrá sin duda a enterarse de los males de los de su oficio y los mitigará.
_ ¿Ja, jay, niño! ¡No lo créiba tan inocente! ¿Usted cree que aura, a lo que han mordido el queso, se van a acordar del pobre? ¡Cuentos!
_ Sin embargo, usted ve que hasta los menores recluidos en el depósito de contraventores…
_ ¡No haga caso! Aura dentran con mucha juerza, pero de aquí a tres meses, ni se ocupan. ¡Siempre ha pasao lo mesmo en esta tierra, y tenga en cuenta que le habla un hombre de edá y experiencia en la vida!
_ Pero volviendo a su oficio, ¿cuántas horas trabajan ustedes?
_ Diez horas, con un descanso de hora y media para almorzar. Y ganamos poco. Vea: yo gano dos pesos con veinticinco centavos diarios. ¡Pucha! ¡Si a veces me dan ganas de largar el fierro y dirme pal hotel de inmigrantes, ande me han dicho que a uno le dan una comida riquísima, de balde!
_ ¿Por qué no lo hace?
_ Por la cachorrada niño. Tengo chicos y mujer, que si no, no era el hijo ‘e mi madre el que se iba a estar asando en medio ‘e la calle. Un compadre mío, que trabaja de guarda en el Anglo, y que no ha nacido el pobre para doblar el espinazo, aprovechó la ocasión y largó l’empleo. Y vive lo más macanudo, creamé. Come y duerme en el hotel, y está muy contento de vivir a costiyas ‘e los ministros. “¡No siempre han de vivir ellos a costiyas nuestras!”, me dice, y yo creo que tiene razón.
_ ¿Cómo consiguió usted este trabajo?
_ Yo era empleado de la compañía hace muchos años. Era cochero cuando andaban entuavía las cucarachas con corneta y matungos. Me hice viejo, y por no echarme a la calle, me fletaron a esta esquina. Porque pa nosotros, por desgracia, no hay ley de jubilación.
_ ¿Por qué no piden a la empresa un aumento de sueldo?
_ ¡Qué va’pedir uno solo! Si fueran todos criollos los cambistas, se pediría. Pero la mayoría son gorutas, compañero, y esos la viven con veinte centavos diarios!...

Cambistas del Anglo en Paseo de Julio y Maipú, y en Paseo Colón y Brasil.
    
      Y como acababa de pasar un tranvía, nuestro interlocutor bajó a la calle armado de su fierro, y nos dijo a modo de despedida:
_ Lo dejo, niño, porque en la otra esquina anda el “chancho”, y entuavía va a ser cierto lo del hotel de inmigrantes”.


Cambista en Paseo Colón y Victoria, ubicado en su puesto en plena calle y protegido del sol por una sombrilla.


Marcelo Pablo Scévola (transcripción)

Fuente: revista Fray Mocho

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