En 1916,
la revista Fray Mocho les dedicó un artículo a estos pintorescos y sufridos
personajes que, en la tradición tranviaria de Buenos Aires, tenían la
responsabilidad de mover las agujas de los desvíos en la zona céntrica, que era
la de mayor concentración de líneas y coches. Su oficio agilizaba el tránsito
de los tranvías, pues se evitaba que el motorman detuviera el coche para hacer
él mismo el cambio.
El viejo Sabino Domingo, cambista del Anglo en Callao y Lavalle _ "Se osté me oviera visao que me sacaba l'oscracho, me punía un poco ma decente, me punía".
En las compañías
tranviarias había muchos inmigrantes, como así también criollos; y los
cambistas no eran la excepción. El artículo, firmado por Chassiret, está
escrito al estilo de los relatos de José S. Alvarez o Roberto J. Payró, tan en
boga en ese tiempo, usando el idioma de la calle; aunque en este caso, no se
trata de un relato sino un reportaje a un viejo cambista que nos pinta con
crudos colores una porción de realidad del Buenos Aires de entonces:
“Entre los muchos ciudadanos que soportan
a pie firme, en la calzada, los fuertes calores que hemos tenido estos días,
merecen consignarse en primer lugar los cambistas de las líneas de tranvías.
Los pobres, empuñan el fierro centenares de veces al día, pues están colocados
en los sitios de mayor tráfico, y bajan de la vereda a hacer el cambio, en
pleno sol, echando maldiciones a la canícula y al que inventó el tranvía
eléctrico.
Un cambista de origen español en Victoria y Paseo Colón
No es, en verdad, muy fácil
aproximárseles y entablar conversación con uno de ellos, pues siempre están con
un humor de todos los diablos, y si uno les mira la cara y después la
respetable palanca que utilizan para su oficio, se desconcierta y no sabe cómo
empezar.
Eso nos pasó con uno de ellos a quien
quisimos interpelar. Pero, al fin, como quién dice, echamos pecho al agua y le
preguntamos:
_ ¿Por aquí
pasa el 61?
El cambista en cuestión, un viejo
criollazo, que echaba agua por todos sus poros, contestó:
_ Sí, señor.
En seguida, extrajo de un bolsillo un
pañuelo floreado, se limpió el sudor y añadió:
_ ¡Pucha, la
vida ‘el cambista! ¡No se conforman con verlo derritiéndose al rayo ‘el sol,
que entuavía tienen que venirle con preguntitas!
Echamos mano de toda nuestra urbanidad, y
dulcificando el tono todo lo posible, le respondimos:
_ No se enoje,
viejo; realmente nos da lástima verlo a su edad, sufriendo los rigores de la
temperatura. Pero tenga paciencia, en cuanto el presidente termine de visitar
las cárceles y los cuarteles, vendrá sin duda a enterarse de los males de los
de su oficio y los mitigará.
_ ¿Ja, jay, niño!
¡No lo créiba tan inocente! ¿Usted cree que aura, a lo que han mordido el
queso, se van a acordar del pobre? ¡Cuentos!
_ Sin embargo,
usted ve que hasta los menores recluidos en el depósito de contraventores…
_ ¡No haga
caso! Aura dentran con mucha juerza, pero de aquí a tres meses, ni se ocupan.
¡Siempre ha pasao lo mesmo en esta tierra, y tenga en cuenta que le habla un
hombre de edá y experiencia en la vida!
_ Pero
volviendo a su oficio, ¿cuántas horas trabajan ustedes?
_ Diez horas,
con un descanso de hora y media para almorzar. Y ganamos poco. Vea: yo gano dos
pesos con veinticinco centavos diarios. ¡Pucha! ¡Si a veces me dan ganas de
largar el fierro y dirme pal hotel de inmigrantes, ande me han dicho que a uno
le dan una comida riquísima, de balde!
_ ¿Por qué no
lo hace?
_ Por la
cachorrada niño. Tengo chicos y mujer, que si no, no era el hijo ‘e mi madre el
que se iba a estar asando en medio ‘e la calle. Un compadre mío, que trabaja de
guarda en el Anglo, y que no ha nacido el pobre para doblar el espinazo,
aprovechó la ocasión y largó l’empleo. Y vive lo más macanudo, creamé. Come y
duerme en el hotel, y está muy contento de vivir a costiyas ‘e los ministros.
“¡No siempre han de vivir ellos a costiyas nuestras!”, me dice, y yo creo que
tiene razón.
_ ¿Cómo
consiguió usted este trabajo?
_ Yo era
empleado de la compañía hace muchos años. Era cochero cuando andaban entuavía
las cucarachas con corneta y matungos. Me hice viejo, y por no echarme a la
calle, me fletaron a esta esquina. Porque pa nosotros, por desgracia, no hay ley
de jubilación.
_ ¿Por qué no
piden a la empresa un aumento de sueldo?
_ ¡Qué va’pedir
uno solo! Si fueran todos criollos los cambistas, se pediría. Pero la mayoría
son gorutas, compañero, y esos la viven con veinte centavos diarios!...
Cambistas del Anglo en Paseo de Julio y Maipú, y en Paseo Colón y Brasil.
Y como acababa de pasar un tranvía,
nuestro interlocutor bajó a la calle armado de su fierro, y nos dijo a modo de
despedida:
_
Lo dejo, niño, porque en la otra esquina anda el “chancho”, y entuavía va a ser
cierto lo del hotel de inmigrantes”.
Cambista en Paseo Colón y Victoria, ubicado en su puesto en plena calle y protegido del sol por una sombrilla.
Marcelo Pablo Scévola (transcripción)
Fuente: revista Fray Mocho