A continuación transcribo una extensa e interesante descripción
que hace el diario La Nación en el año 1910 de los talleres Caseros del Anglo
Argentino. El artículo nos brinda detalles sobre el trabajo en estos míticos
talleres porteños, algunos de ellos sorprendentes; por ejemplo, por la época,
creo que todos hubiéramos creído que las adornadas bases de fundición de las
columnas del cableado eran importadas; pero no, se fabricaban aquí. Pero
vayamos al escrito:
"La gente ve circular los coches, y aún
cuando alguien sospecha que para la conservación de tan enorme material son
necesarias instalaciones de indudable importancia, es seguro que muy pocas
alcanzan a darse cuenta de la verdadera magnitud de aquellas. Así, al ocuparnos
del Anglo Argentino, quisimos visitar los talleres de la calle Caseros, que son
los principales. Confesamos que la impresión recibida en el curso de la visita
no pudo ser más satisfactoria. Establecidos hace tiempo en la precitada calle,
entre las de Pichincha y Matheu, adquirieron al producirse la fusión una
importancia impuesta por las enormes necesidades de la empresa. No ocupaban en
un principio la extensión actual, pero cuando la atención de la compañía tuvo
que extenderse a los materiales de las líneas incorporadas, pronto se vio que
era necesario pensar en ampliaciones inmediatas. Las esquinas de las calles
circunvecinas vinieron de este modo a ensanchar considerablemente el área de
que se disponía, y entonces fue posible construir nuevos galpones y algunas
dependencias que habrían de llenar una necesidad sentida desde hacía tiempo.
Ingreso a los talleres en la esquina de avenida Caseros y Pichincha. Obsérvese el descenso brusco de la línea aérea que responde a la baja altura del galpón.
En la actualidad los
talleres ocupan una manzana de tierra. En esta vasta extensión se levantan
catorce grandes galpones. Ni un solo metro de terreno ha sido desperdiciado. En
todo momento solo se ha tenido en vista el lado práctico de las instalaciones,
y esto mismo se advierte en la sencillez de todas las construcciones, sencillez
que, no obstante, no ha impedido pensar que era necesario dotar a todos los
talleres de aire y luz en abundancia.
Trabajan en estos
talleres más de 1000 obreros de distintos ramos. Con este dato, y conocidas la
extensión de las instalaciones, demás estaría cuanto se dijese para esa enorme
sección del complejo mecanismo del Anglo Argentino. Hemos decir, sin embargo,
que vale la pena hacer una visita a ese local. No solo es interesante por la
considerable labor que allí se lleva a cabo sino también por la naturaleza de
la obra de algunos talleres. De todos modos, lo indudable es que todos ellos,
aun los más insignificantes, permiten advertir un acentuado espíritu de
progreso. Son, en una palabra, un honor para la capital, y aun para el país.
Tal fue la impresión que nos dejó una rápida visita, en la cual el Ingeniero
Walther, subgerente e ingeniero de la empresa, fue amable “cicerone”.
Entrando nos
encontramos en primer término con una pequeña dependencia situada a la derecha
del callejón que nos conduce a los talleres. Es el cuarto de distribución de
energía y luz eléctrica. Se ve allí un gran tablero repleto de manivelas que
corresponden a otras tantas secciones del vasto local. Cada taller, cada
dependencia, tiene su servicio independiente. Los capataces son los encargados
de dar corriente a sus máquinas y de interrumpirla cuando se ha terminado la
faena. De este modo es posible ejercer un contralor perfecto en un rubro de no
escasa importancia, que cada mes insume una suma considerable.
Una ojeada y adelante.
Contiguos a ese pequeño local están los depósitos de materiales diversos. Son
galpones que aparecen repletos de mercancías. En uno se amontonan infinidad de
artículos que más tarde han de ser transformados en los talleres. En otro se
ven grandes pilas de maderas de múltiples clases, que se utilizan,
principalmente, en la reparación de los coches. En un tercer depósito se
almacenas los metales, bronce, hierro, acero, estaño, etc., materiales de uso
constante en las diversas dependencias de la importante instalación. En esta
parte el visitante no tiene mucho que ver. Empero, sirve para prepararlo,
dándole una idea de los que va a visitar muy luego.
Salimos de los
depósitos y pasamos al taller en que son reparados los controllers, esas cajas
que se ven en las plataformas y que manejan los motormen, poniendo en
movimiento o deteniendo el motor. Son aparatos extremadamente complicados, de
difícil arreglo, y la tarea exige la intervención de operarios hábiles. Aun así
es preciso trabajar con un plano delante, pues la cantidad de conexiones es
enorme y la más pequeña falla basta para que el aparato deje de funcionar. Hay
siempre en ese taller un crecido número de controllers y en él trabajan unos
veinte obreros.
Frente a ese local
está la herrería. En hileras, aprovechándose el espacio cuanto es posible,
aparecen no menos de 28 fraguas. La
ventilación de todas ellas, naturalmente, mecánica. Se advierte aquí como en
las demás dependencias de los talleres, la tendencia a simplificar la tarea del
operario, lo cual se traduce en un apreciable ahorro de tiempo. Así, en el
centro de este local, se ve un martillo mecánico, sencillo pero interesante en
su funcionamiento, que suprime casi totalmente la pesada tarea en la bigornia.
Las varillas de hierro que se utilizan para asegurar los rieles la distancia
requerida por la trocha de los coches, salen brutas de la fragua y en un
instante el pesado e isócrono golpear del martillo enorme las deja en
condiciones de ser utilizadas. En un extremo de ese taller hay un crisol de
fundición para estañar las piezas que requieren esta operación, y que por cierto
no son pocas.
Fraguas
Llegamos a uno de los
talleres más interesantes: el de los motores. Por todos lados aparecen bobinas
quemadas. No es frecuente que el público se encuentre en el transe desagradable
de sufrir una demora más o menos considerable y de tener que cambiar de coche.
Sin embargo, esto ocurre en determinados días y en ciertas líneas que corren
por calles de mal desagüe. No obstante los grandes perfeccionamientos
realizados en la construcción de los motores, todavía no ha sido posible
conseguir que estos sean insensibles a la acción del agua. En virtud de esto
sucede a veces que una lluvia copiosa embalsa el agua en una calle, en cantidad
tal, que llega hasta las plataformas. Como es natural, en semejante
contingencia el motor queda sumergido y entonces es cuando la acción del agua
lo inutiliza.
Dentro del mismo
taller la labor está distribuida en varias secciones. En la fabricación de los
campos de los motores se utilizan alambres viejos, abriéndolos y recubriéndolos
con aislador mediante una pequeña máquina ideada por el ingeniero Walther. Con
esto se realiza una importante economía. En esa misma dependencia de los
talleres hay varias estufas secadoras para el material sometido al aislamiento.
Es de advertir que las secciones de las armaduras y las juntas son hechas con
máquinas construidas también allí. Existen dos aparatos para probar los motores
una vez arreglados, a fin de establecer la perfección de su funcionamiento.
Generalmente los motores funcionan con una corriente de 25 amperios. En esos
aparatos se los prueba con una fuerza de 50 amperios, de modo que cuando salen
del taller existe la seguridad de que a menos que sobrevengan contingencias
imprevistas, los motores trabajarán perfectamente.
Taller de electricistas
Pasamos a los altos de
la herrería. Funciona allí el taller de trabajos en bronce. Son máquinas
pequeñas, pero revisten no poco interés, aun para el profano, por la perfección
del trabajo que realizan. Por ejemplo, hay varias cuya única misión es hacer tornillos.
Tienen tres brazos que accionan a manera de pequeños tornos, y que van
reemplazándose en el trabajo. Avanza primero uno de esos brazos y redondea,
dándole el diámetro necesario, la parte en que ha de ir la rosca. Otro fabrica
esta parte y el último corta la pieza a tiempo que forma la cabeza del
tornillo. En ese mismo taller se hacen los cables para los motores de los
frenos de los tranvías acoplados, máquinas para expender boletas (sic),
suspensores de cables, troles de un nuevo sistema de lubricación (sic) ideado
por la dirección de los talleres, cabezas para troles, interruptores
automáticos para coches y para la red, etc. En realidad se fabrica allí cuanta
pieza es necesaria en un motor de tranvía y en sus anexos.
Descendemos de ese
taller, cuya visita es realmente interesante para cualquiera, y de paso vemos
el de niquelado, que se encuentra ubicado junto a la fragua. Hay en esa
dependencia, que es la más reducida de toda la fábrica, varios recipientes para
niquelar por medio de la galvanoplastía, y máquinas para pulir.
Pasamos enseguida a la fundición, vasto local
que se presenta repleto de moldes por todas partes, y que constituye una
instalación de primer orden en su género. Trabajan en esa sección numerosos
operarios, lo cual no es de extrañar si se tiene en cuenta la gran cantidad de
piezas que se elaboran. La sección de hierro cuenta con tres hornos. La de
bronce tiene cuatro. Es de advertir que los siete hornos han sido modificados
en los mismos talleres, sometiéndoseles a una transformación ideada por el
ingeniero Walther, la cual ha dado en la práctica inmejorables resultados. En
efecto, ahora esos hornos tienen sobre sus similares la ventaja de que pueden
ser cargados en cualquier momento sin interrumpir la labor un solo instante. Es
posible, pues, trabajar día y noche sin la menor interrupción, y este detalle,
que no se encuentra en los hornos de los sistemas corrientes, significa un
considerable ahorro de tiempo. Actualmente se trabajan por mes, término medio,
60.000 kilos de hierro y 20.000 de bronce, y estas cantidades bastan para dar
una idea de la importancia de la labor de esta sección. Por si en este sentido
no bastase tal detalle, media una labor delicada y difícil, ejecutada con
extraordinaria perfección. Se funden piezas de todo género, desde las más delicadas
hasta los pies de las columnas que se emplean para sostener los cables. Hay dos
máquinas para hacer moldes, y esto permite dar a los trabajos una uniformidad
absoluta e indispensable. Allí se fundían también, hasta hace poco, las
planchas para los cruces de las vías, según el nuevo sistema empleado por la
empresa y que tan buenos resultados ha dado. Ahora esta parte de la obra de
fundición se realiza en los talleres Vail, de la calle Carlos Calvo.
Recorridas estas
dependencias nos hallamos en un enorme galpón, en uno de cuyos ángulos varios
muchachos se ocupan de aislar las secciones de los motores de los coches. Al
lado, llenando un dilatado espacio, se ven tranvías en reparación. Es una de las
carpinterías destinadas a componer los vehículos, ya por haber sufrido
desperfectos en el tráfico, ya por exigirlo así el largo uso del coche. Algunas
de las reparaciones son realmente importantes, pues equivalen a construcciones
totales.
A un lado, ocupando
una pequeña construcción especial, está el depósito de herramientas,
clasificadas todas en casilleros. Cuando un operario necesita una, la recibe a
cambio de una chapa con su respectivo número de orden, que queda allí. De esta
manera se sabe en cualquier momento quien es el que tiene en uso esa pieza, y
este detalle, que a primera vista se diría que carece de importancia, es de una
utilidad probada en la práctica, pues muchas herramientas son costosas y solo
tienen aplicación en determinadas tareas. En esa misma dependencia existe una
valiosa colección de matrices para calados. Esta presta grandes servicios, ya
que por medio de estas piezas, cuya construcción esmeradísima está a cargo de
operarios especiales, es posible preparar de un solo golpe, sin necesidad de
ninguna operación ulterior, planchas de hasta un centímetro de espesor, de
formas caprichosas y con diversas perforaciones, que antes exigían una serie de
operaciones tan largas como fatigosas. En nuestra visita a los talleres vimos
algunas de esas matrices que son verdaderas obras de arte de la mecánica. Una
de ellas es utilizada para cortar las chapas laterales de las maquinitas de
expender boletos. Daba al metal la forma requerida sin variar ni un solo décimo
de milímetro en ningún caso, y hacía, de paso, varias perforaciones que por los
procedimientos comunes habría sido necesario ejecutar con punzonadoras,
empleando en la tarea un tiempo considerable.
Pasamos luego al
taller mecánico, amplio local en donde se produce una labor vasta. Hay allí dos
secciones: la de bancos y la de máquinas. En la primera se ejecutan piezas que
por su naturaleza excluyen la intervención mecánica a cierta altura de la
construcción. En la segunda funcionan diversas máquinas cortadoras,
punzonadoras, etc. En un anexo está instalado un taller que podríamos decir
selecto, donde se hacen las matrices á que ya nos hemos referido y donde se
fabrican, además, herramientas finas y utensilios para las máquinas ideadas en
los talleres, para las cuales no existen, como es natural, piezas de repuesto
en plaza. En este anexo trabajan operarios de una habilidad no superada por los
de ningún otro taller del país. Si no
habláramos de obreros y , por lo tanto, de algo que por principio excluye toda
diferencia de clases, podríamos decir que esa sección constituye la
aristocracia de los talleres del Anglo Argentino.
La carpintería
propiamente dicha incluye dos grandes secciones: la mecánica y la de bancos.
Ocupa la primera la planta baja de un extenso galpón, que aparece lleno de
maquinarias. Se ven en plena labor sierras circulares y sin fin, cepilladoras,
escopladoras, etc. Las diversas piezas que en cada caso se necesitan para la
reparación de un coche son preparadas allí, de suerte que la labor de los
carpinteros dedicados a esa faena resulta simplificada, y por lo tanto mucho
más rápida. Hay una pequeña máquina, muy ingeniosa por cierto, para la
fabricación de persianas de coches, que hace el trabajo de muchos hombres sin
más personal que un operario.
Carpintería a mano
En el piso alto se
encuentra instalada, según lo hemos dicho, la carpintería de bancos, donde se
arman las diversas piezas que prepara la carpintería mecánica. Las ventanas,
las puertas, los asientos, todo es preparado allí, quedando listo para ser
colocado en el coche respectivo. Para dar una idea de la importancia de ese
taller bastará decir que en el momento de nuestra visita se estaba trabajando
en la reparación de una visera de plataforma que había quedada destrozada en un
choque.
Junto a la carpintería
de bancos hay tres anexos de no escasa importancia dentro del vasto taller: la
hojalatería, la sección de compostura de asientos y cortinas, y la
talabartería. La segunda de estas dependencias, especialmente, tiene un trabajo
considerable. A pesar de nuestra decantada cultura, casi no hay día en que no
aparezcan asientos de esterilla cortados con cuchillos que sin duda esgrimen
individuos de un nivel moral exageradamente bajo. En ese taller son reparadas
las averías, quedando los bancos como nuevos. Otro tanto sucede con las
cortinas con las que el público se muestra descuidado hasta lo increíble.
La talabartería
reviste también bastante importancia. Las correas de los timbres de los coches,
las piezas para sujetar las cortinas y los cables que transmiten la corriente a
los frenos de los acoplados, y que, como se habrá observado, van cuidadosamente
recubiertos, dan trabajo abundante a esta sección.
Talabartería
Hay, además de los
enunciados, otros galpones destinados a diversos usos. En uno de ellos los
coches son levantados por medio de
gatos para poner al descubierto el bogey (sic) y reparar el motor. En otros, es
todavía la labor de reparar los vehículos que se hallan en condiciones
deficientes de conservación. En todos estos galpones se ven bajo las vías grandes
fosos para facilitar la tarea de los obreros cuando se trata de trabajar en la
parte que rodea a los aparatos propulsores.
Compostura de coches
El museo de modelos,
instalado en una de las secciones altas, es otra dependencia interesante. Está
allí el archivo de los planos y el muestrario de las innumerables piezas que
existen depositadas en los almacenes. Cada cosa tiene su número de orden, de
modo que basta enunciar este para que aquellos lo remitan.
Por último, en la
entrada del gran patio está la abertura del sótano donde se guardan los
inflamables.
Toda la enorme
instalación es movida con electricidad. El servicio de incendio ha sido, como
correspondía tratándose de talleres de
tanta magnitud, cuidadosamente establecido. Cada dependencia tiene diversas
bocas de incendio, alimentadas por un gran estanque de cemento armado obra del
ingeniero Walther, y que se halla situado sobre el galpón de la carpintería. Es
estanque tiene capacidad para unos 100.000 litros de agua.
Tales son los talleres
de la calle Caseros, de los cuales puede decirse que en su género son los más
importantes de Sudamérica".
Marcelo Pablo Scévola (transcripción)
Fuente: Anuario La Nación 1910 (colección del autor)
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